25.5.11


La descripción de Cristina Peri Rossi en Solitario de amor es casi un alucinante viaje a través de las sucesiones infinitas de letras. El amor se nos muestra libre de adornos, es puro, frío. Él ama a Aída, se entrega a ella, la contempla, la describe, la palpa, la saborea, la comprende, la sueña, la piensa, la penetra y la sufre. Él se funde en ella. No tiene control en su lenguaje y se pierde en el lenguaje de ella, juega a ser el oído que la escucha. El amor se hace salvaje y duele. El amor es una dinámica de enlaces iónicos; se alimenta así. Cada uno se hace a sí mismo a través del otro; el espejo. El espejo también juega, se mueve coordinadamente, casi como cuando se juega el ajedrez o una partida de solitario; el ajedrez y el solitario se mueven como ideas que se crean en la mente del hombre, se piensan casi dos veces antes de realizar el movimiento y aún así dependen del azar. Es imposible converger en el punto exacto de cada decisión del contrincante, pero se juega y muchas veces de contrincante pasa a ser casi como nuestro pulmón: dependemos de él. La posibilidad siempre esta abierta, pero se es esclavo del otro. Solo queda esperar que se acabe la partida, después alguien será el vencedor y el otro será la víctima. Todo gira en círculos por los que muchos ya han pasado, la vida se vuelve un juego. Todos experimentamos las mismas cosas en posiciones diferentes. Luchamos por vivir, por sentir el dolor y la punzada que crece cuando se ama y el amor se aleja. Somos mundo cuando no amamos, pero amamos y ya no se necesita el mundo, convives y ese es todo el equilibrio que necesitas para mantenerte vivo. Respiras en torno a ese otro y ese otro te llena con el más suave y libre aire. El enamorado sólo sabe hablar de su amor. Quieres caer en el amor y te deslizas como cuando quieres vivir en el mundo, es imposible determinar un límite. El único límite del amar o del vivir en el mundo es el abismo infinito que se traduce en soledad. La soledad y la contemplación del suceso experimentado. Se juega para perder. Nadie quiere ser salvado, todos jugamos a salvar. Masoquistamente nos adentramos en algún polo y disfrutamos al sumergirnos en él aún más cuando le devoramos secamente. Le entregamos todo sin pensar en el valor que hay detrás de la entrega, solo damos y sabemos que algún día faltará. El amor nos enferma y solo en crisis pensamos, valoramos. Necesitamos el contagio para entender el por qué ¿de qué? No sé, pero siempre resulta un simple porque que lo resuelve todo en dejarse, en fuga. ¿La fuga resultará siempre en el punto donde comienza a llamarse soledad? La soledad es el comienzo y el fin del juego: el eterno retorno. Estoy interdicto, estoy prohibido. Después de la gran partida de juego se acaba todo. Tú te acabas, te desvaneces. Solo un poco después vuelves a respirar libre y a decidir a qué tipo de juego vas a apostar. Es adictivo irse a los extremos, es fascinante, es; pero la soledad es a la que siempre acudimos al fin de la gran faena.

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